Pessoa fernando

Poesía y Psicoanálisis

Respecto de un poema de Pessoa que firma con lo que dio en llamar su heterónimo: Álvaro de Campos. El poema se tituló Tabaquería (también conocido por Estanco) y nos hace pensar en cierto desarrollo de Lacan que produjo en el seminario El deseo y su interpretación. Allí Lacan analiza la paralización en la neurosis, evoca la dimensión del ser o no ser en referencia a Hamlet y la predica de la interpretación que de ello realiza Lacan: ser o no ser el deseo del Otro.

“Si he injertado toda la gran digresión sobre Hamlet en este nivel, es en tanto que ese sujeto nos presentaba en su sueño, bajo la forma más pura, esa alternancia del to be or not…, de la que ya he hecho mención. Es, a saber, ese sujeto que se calificaba a sí mismo como “nadie” {“personne”}*. 

  • personne: como nombre femenino, “persona”, como pronombre (nominal) indefinido, “nadie”. 

… Y como si fuera solo coincidencia el poema también evoca las palabras inmediatas en la meditación de Hamlet (al ser o no ser) del héroe: mejor dormir, soñar…

Clase del 10 de junio de 1959. (El deseo y su interpretación)

Imagen del poema: hablardepoesia.com.ar

PESSOA

Álvaro Campos

(seudónimo de Fernando Pessoa)

No soy nada.
No nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de uno de los cuartos, de uno de los millones de cuartos de la gente que nadie sabe quién es,
(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?)
Dais al misterio de una calle constantemente cruzada por gente,
de una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, evidentemente, misteriosamente evidente,
con el misterio de las cosas por debajo de piedras y seres,
con la muerte poniendo humedad a las paredes y cabellos blancos a los hombres,
con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera de nada.

Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si fuera a morirme
y no tuviese otra hermandad con las cosas
que una despedida,
volviéndose esta casa y este lado de la calle
la caravana de un convoy, y su partida frente a mí
y un largo silbato,
desde dentro de mi cráneo,
sacudida de mis nervios y crujir de huesos que es la ida.

Hoy me siento perplejo, como quien pensó y halló y olvidó.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que debo
a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

Fallé en todo.
Como no tuve propósito alguno quizá todo no fuese nada.
Lo que me enseñaron,
Lo tiré por la ventana trasera de la casa.
Me fui al campo con grandes proyectos
pero sólo encontré allí hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual que la otra.
Dejo la ventana, y me siento en una silla. ¿En qué habré de pensar?
¿Qué sé yo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos!
¿Un genio?

En este momento cien mil cerebros se juzgan en sueños genios como yo,
y la historia no distinguirá ¿quién sabe? ni a uno,
ni quedará sino estiércol del montón de conquistas futuras.

No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos con certezas!
Y yo, que no tengo ninguna, ¿soy más convincente o menos convincente?

No, ni en mí…
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
hay a esta hora genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas,
-sí, en verdad altas y nobles y lúcidas-
y quién sabe si realizables, no verán nunca la luz del sol verdadero
ni encontrarán quien las oiga?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
y no para quien sueña con conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que lo que un Napoleón hizo.
He estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he pensado en secreto filosofías que ningún Kant ha escrito.
Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no ha nacido para eso;
seré siempre el que tenía condiciones;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta
y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo cegado.

¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámame naturaleza sobre mi cabeza ardiente
tu sol, tu lluvia, el viento que tropieza en mis cabellos,
y que lo demás venga si viene, si tiene que venir, o que no venga.

Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos el mundo entero al momento de incorporarnos de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolatinas, pequeña,
come chocolatinas!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que las chocolatinas,
mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Ojalá comiese yo chocolatinas con la misma verdad con que tú las comes!
Pero yo pienso, y al quitarles el papel dorado, que es de papel de estaño,
y lo tiro todo al suelo, lo mismo que he arrojado mi vida.)

Pero por lo menos queda la amargura de lo que nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico partido hacia lo Imposible.
Me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble, al menos, en el gesto amplio con que tiro
la ropa sucia que soy al tumulto del mundo,
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega, concebida como una estatua que estuviese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y disimulada,
o marquesa del siglo dieciocho, descotada y lejana,
o meretriz célebre de los tiempos de nuestros padres,
o no sé qué moderno -no me imagino bien qué-,
todo esto, sea lo que sea, lo que seas, ¡si puede inspirar, que inspire!

Mi corazón es un cubo vaciado.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus, me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con absoluta claridad,
veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,
veo a los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo a los perros que también existen,
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
Todo esto me es extranjero, como todo.)

Viví, estudié, amé, y hasta creí,
y hoy no hay un mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
Miro los andrajos de cada uno y las llagas y las mentiras,
y pienso: puede que nunca hayas vivido, ni estudiado, ni amado ni creído
(porque es posible crear la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
puede que haya existido tan sólo, como un lagarto al que cortan la cola
y que queda cola, más acá del lagarto, separadamente.

He hecho de mí lo que no sabía,
y lo que podía hacer de mí no lo hice.
El disfraz que me puse no era mío.
Me conocieron enseguida como quien no era y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme la máscara,
la tenía pegada a la cara.
Cuando me la quité y me miré en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba borracho, no sabía llevar el dominó que nunca me quite.
Tiré la máscara y me dormí en el vestuario
como un perro que tolera la gerencia por inofensivo
y voy a escribir esta historia para demostrar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
ojalá pudiera encontrarme como algo que hubiese hecho,
y no me quedase siempre enfrente de la tabaquería de enfrente,
pisoteando la conciencia de estar existiendo
como una alfombra en la que tropieza un borracho
o una estofa que robaron los gitanos y no valía nada.

En eso el propietario de la tabaquería se asoma y se detiene en la puerta.
Le miro con incomodidad en la cabeza apenas girada,
y la incomodidad de mi alma que comprende mal.
Mañana el morirá y moriré yo también.
Él dejará la tienda y yo dejaré los versos.
En determinado momento morirá también la tabaquería, y morirán también los versos.
Después morirá la calle donde estuvo la tienda,
y la lengua en que fueron escritos esos versos,
morirá después el planeta girador en que sucedió todo esto.
Y en otros satélites y en otros sistemas solares cualesquiera algo así como gente continuará haciendo cosas semejantes a versos y viviendo debajo de cosas semejantes a tiendas,
siempre una cosa enfrente de la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio de fondo tan verdadero como el sueño del misterio de superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni la otra.

Pero, en eso, un hombre ha entrado a la tabaquería (¿a comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente encima de mí.
Me incorporo a medias con energía, convencido, humano,
y voy a intentar escribir estos versos en los que digo lo contrario.
Enciendo un cigarrillo mientras pienso en escribirlos
y saboreo así en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.
Sigo la ruta del humo,
y disfruto, en un momento sensible y distinto,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de encontrarse indispuesto.

Después me echo para atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras me lo conceda el destino seguiré fumando.
(Si me casase con la hija de la lavandera
a lo mejor sería feliz.)
Visto lo cual, me levanto de la silla. Me voy a la ventana.

El hombre ha salido de la tabaquería (¿metiéndose el cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, le conozco: es Esteves sin metafísica.
(El propietario de la tabaquería ha llegado a la puerta.)
Como por inspiración divina, Esteves se ha vuelto y me ve.
Me dice adiós con la mano, le he gritado ¡Adiós, Esteves! , y el Universo
se reconstruye, sin ideales ni esperanza, y el propietario de la tabaquería sonríe.