Es una película que relata la vida de un hombre solitario, de mediana edad, que casi no habla y trabaja limpiando baños públicos en Tokio. Su vida transita llevando a cabo rutinas que desarrolla con mucha dedicación, meticulosidad y parsimonia.
El estilo de vida del Sr Hirayama es muy austero, no parece interesado en la acumulación de bienes ni posesiones, en un completo desinterés por la tecnología. Es feliz en su casa modesta donde tiene lo necesario. Valora cada uno de los detalles de todo lo que lo rodea. Entre sus prácticas cotidianas aparece el regocijo por algunas de sus pasiones: su predilección por el rock de los años 60’70´, fotografiar árboles, de vez en cuando salir a comer, su avidez por la lectura. Se abstiene de cualquier comodidad moderna: utiliza casetes, cámaras analógicas, compra libros baratos y se traslada en bicicleta.
Los diálogos son escasos y no parecen necesitar de demasiadas palabras ni expresiones entreveradas. Dimensionando también la importancia del silencio y los gestos.
Se presentan situaciones durante la película que alteran sólo transitoriamente la rutina del protagonista e incluso encuentros que dejan entrever eventos de su pasado, pero nada parece interferir lo suficiente “su estar contento con una vida simple”.
Promediando la película, en una escena que Hirayama comparte con su sobrina, le expresa: “la próxima vez es la próxima vez”, deslizando la suspensión de anticipaciones, prisas y ansiedades. Algo así como: “estar en lo que se está”.
La película es casi una invitación a considerar la belleza por lo simple, como así también distintas dimensiones en torno al tiempo. Ambas cuestiones son modos de resistencia frente a la lógica capitalista y de la sociedad post moderna. Un canto a la vida ¿¡ordinaria?!. Un convite a recibir lo extraordinario de lo ordinario.
¿Qué decimos cuando decimos “tiempo”?, ¿acaso podemos “ser en el tiempo”?. Anne Dufourmantelle en su libro Elogio del riesgo, en el capítulo Ese tiempo que llaman perdido, plantea que el verdadero tiempo sólo puede ser perdido: “Proyectados en el hacer, en la acumulación de los bienes y la agitación de vidas urbanas sometidas a ritmos y contra-ritmos múltiples, nos separamos insensiblemente de nosotros mismos. Al opuesto del movimiento de la interioridad que nos lleva a la escucha, esa escucha flotante que podemos tener no solamente en un consultorio de analista sino en la existencia y que, cercana a la meditación, sería una forma de considerar lo real sin violencia pero dejándonos afectar por él. En efecto, este movimiento implica tiempo perdido (…). “Perder el tiempo podría ser entonces, reanudar con aquel fuera del tiempo fetal en el que éramos dos, uno en dos, dos en uno memoria, afectos, sensaciones, ligados indisolublemente a la Otra que nos lleva (la madre, pero también la lengua) y aquel fuera del tiempo resonará para siempre en nosotros porque es matricial de nuestro ser, espíritu y cuerpo”.
El camino de un análisis opera con la suspensión (tiempo) y reducción de sentido (entre otras). Despejar el “ruido”. ¿Qué es lo “simple” para cada sujeto?, ¿Estará vinculado a las formas sensibles de habitar la existencia?. ¿Cómo perder el tiempo en una sociedad enferma que permanentemente nos propone “ahorrar tiempo”?.
El análisis nos acompaña en ese camino de construcción tan único e irrepetible para no quedar al margen de nosotros mismos.