A grandes rasgos podríamos mencionar un único requisito para comenzar un tratamiento terapéutico, esto es que quien consulta desee hacerlo.
A menudo nos encontramos con las mejores intenciones y las buenas ideas por parte de las personas que rodean a quien se encuentra en un trayecto difícil de su vida. El malestar o el sufrimiento se presentan y esto por el motivo que fuera. Los motivos aparentes tampoco se nos presentan del todo claros y conforme a la lógica con la que intentamos captar algo de lo que nos sucede a los seres humanos. Por otro lado, desentrañar un motivo de padecimiento no es correlativo a poder modificar la condición de quien padece. Algo no anda bien, algo nos duele, algo no se resuelve. Esta coyuntura será la apertura posible del juego del análisis, tal como lo concibió Freud.
¿Y cuál es la contraindicación de la terapia psicológica? Tal vez podamos mencionar la que creemos única situación que imposibilita el análisis con este axioma: No es posible hacer un análisis por encargo. Dejamos a continuación las palabras del creador del psicoanálisis que nos permiten leer la condición para el trabajo terapéutico:
“El tipo ideal de la situación analítica queda constituido cuando una persona, movida sola por su voluntad, se ve aquejada de un conflicto interno al que no puede poner término por sí sola y acude así al analista en demanda de ayuda. El médico elabora entonces un acuerdo con una de las partes de la personalidad en contra de la parte contraria. Las situaciones que difieren de éstas son siempre más o menos desfavorables para el análisis y añaden a las dificultades internas del caso, otras nuevas. Son situaciones como la del propietario qué encarga al arquitecto una casa conforme a sus propios gustos y necesidades o la del hombre piadoso que encarga al artista un lienzo en cuanto voto divino y pide plasmar en él su retrato orando. Estas situaciones no nos parecen compatibles con las condiciones que exige un psicoanálisis.”